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Foto del escritorColegio de Profesores del Perú

HUANCAVELICA

Actualizado: 31 dic 2022



CREACIÓN

Huancavelica es elevada políticamente a la categoría de departamento el 26 de abril de 1822, luego Simón Bolívar firmó un decreto que suprimió a Huancavelica como departamento y lo incorporó a la prefectura de Huamanga.

Por Decreto Supremo del 28 de abril de 1839 el Gran Mariscal Agustín Gamarra vuelve a crear el Departamento de Huancavelica conformada por sus cuatro provincias: Castrovirreyna, Angaraes, Huancavelica y Tayacaja.

PROVINCIAS



EDUCACIÓN

· Colegios públicos y privados:

· Total: 2.501

· Educación inprimaria:1023

· Educación primaria: 1188

· Educación secundaria: 290

LUGARES TURÍSTICOS DE HUANCAVELICA

Plaza de Armas.- Base de la creación de la ciudad de Huancavelica, antes llamada como la “Villa Rica de Oropesa”, en honor al virrey Francisco de Toledo, natural de Oropesa (España). Es de estilo arquitectónico colonial original, y al centro luce una pila construida, en 1862, íntegramente de piedra granítica. En su perímetro se encuentra la catedral y el cabildo de dos pisos con once portales, que antaño servía de local al ayuntamiento municipal. Asimismo pueden verse la capilla de la Virgen de los Dolores y, en la parte central, una pileta de piedra en forma octogonal, con dos fuentes de agua que representan rostros de indias.

Bosques de Puyas de Raimondi.- La Puya de Raimondi es una de las plantas más raras del planeta. Su vida media es de 40 a 50 años, aunque pueden alcanzar los 100 años. La floración ocurre una sola vez, en esa etapa sobrepasan los 10 metros de alto. El bosque de puyas de esta parte de la región, se encuentra ubicado en la comunidad de Callqui denominado Ccallanapucro a 14 Km. del centro de Huancavelica.

Iglesia de San Sebastián.- Fue construida el año 1662 y se encuentra ubicada en la misma plaza donde está ubicado el Templo de San Francisco. Su portada pertenece al clásico estilo renacentista: sobrio y equilibrado y tiene hermosos altares tallados en fina madera y revestidos en pan de oro. En uno de ellos se encuentra la imagen del Niño de Lachoc, de quien se dice se apareció en unos pastizales y ayudó al Mariscal Cáceres en su lucha por la Guerra del Pacífico; mientras que en otro altar menor se encuentra el Señor del Prendimiento, imagen principal y que convoca a miles de fieles en la Semana Santa.

Iglesia de San Francisco.- Se encuentra ubicada en la plaza Bolognesi, en la ciudad de Huancavelica y fue construida en el año 1777, conservándose casi intacta pese a los movimientos sísmicos que ha soportado. En el interior destacan los retablos barrocos, tallados en madera y bañados con pan de oro siendo el más afamado el dedicado a San Francisco. El convento de San Francisco de Huancavelica se vincula a leyendas populares y a recuerdos de guerra. En las "Tradiciones Peruanas" de Ricardo Palma, se le relaciona con la leyenda del "Padre sin cabeza" según la cual, un padre franciscano que se ahorcó en una de las celdas del convento, sale a caminar por las noches y toca las campanas de la iglesia. También se dice que, durante la Guerra del Pacífico, en el siglo XIX, el convento acabó convertido en cuartel general del ejército comandado por Andrés Avelino Cáceres y la resistencia peruana. Dice la tradición, que Cáceres vendió los instrumentos musicales del templo, con la intención de conseguir fondos para sostener a la tropa peruana durante su estadía. Actualmente, en la plataforma delantera de la iglesia, se celebra el concurso de Danzantes de Tijeras los días 24 y 25 de diciembre. Igualmente, el 6 de enero de cada año se escenifica la Adoración de los Reyes Magos.

Iglesia de Santo Domingo.- Está ubicada en la Plaza de Armas. Construida en el siglo XVII, su frontis impresiona por el contraste entre sus dos hermosas y robustas torres blancas, que contrastan con su portada de piedra volcánica de color rojo indio, frontones partidos y columnas salomónicas profusamente decoradas. En su interior predomina el decorado barroco del altar mayor y destacan el púlpito y los altares laterales en pan de oro, así como una buena colección de lienzos atribuidos a pintores indígenas, de las escuelas Cusqueña y Huamanguina.

Complejo Arqueológico de Huaytará.- A 338 Km. al sureste de la ciudad de Lima. Fue originalmente una construcción inca que sirvió de basamento para edificar la iglesia de San Juan de Huaytará durante el virreinato. En la construcción precolombina se distinguen dos secciones, el Palacio del Inca y los Baños del Inca. El Palacio del Inca presenta una planta trapezoidal cercada por muros de 1,65 metros de espesor y una altura de 3,70 metros. Estas paredes están hechas de sillar pulido de color rosado, en esta obra destacan diversas características de la arquitectura inca como el uso de hornacinas, nichos y puertas de forma trapezoidal. A un costado del atrio de la iglesia colonial, se ubican los Baños del Inca, en el lugar se encuentran dos piedras de granito muy singulares por su color rosado y en el centro, otra más grande de tonalidades oscuras en cuya parte superior se observan dos canaletas talladas.



Mina de Santa Bárbara o Mina de la Muerte.- A 6 Km. al sureste de la ciudad de Huancavelica, fue una antigua mina explotada durante el virreinato y considerada como "la preciosa alhaja de la corona española", de donde se extraía el mercurio necesario para purificar la plata. Cuenta la historia que la fundación de Huancavelica en 1571, se debe al descubrimiento de esta mina (1563) encontrada por el encomendero Amador de Cabrera gracias a la información proporcionada por un cacique indígena. Con 3 este hallazgo, la explotación de los yacimientos de plata del Perú mejoró, pues con el mercurio o azogue se lograba obtener un mineral de mayor pureza. Por ello, junto a Potosí (Bolivia), Santa Bárbara se convirtió en la más célebre mina del virreinato peruano. Esta mina fue el punto de partida de la famosa «ruta del mercurio», saliendo de la ciudad arrieros guiando caravanas de llamas y mulas que transportaban el preciado metal líquido, en botas de cuero, hasta Tambo de Mora, puerto en el cual se embarcaba con destino a Arica, para desde allí seguir a la mina de plata de Potosí. Por la dureza del trabajo, era también llamada la "Mina de la Muerte", donde las madres llegaban al extremo de quebrar los huesos de sus hijos pequeños para librarlos de los trabajos y no verlos morir en el trabajo de la mina. En la zona se conservan vestigios del antiguo asentamiento colonial y en la entrada principal es posible apreciar un escudo de la corona española grabado en piedra.

Complejo Arqueológico de Inkañan Uchkus.- A 24 Km. de la ciudad de Huancavelica, fue en un importante centro religioso y de observación astronómica. En una de las plataformas se distinguen espejos de agua que permitían seguir los movimientos del sol y la luna. Además, se observa un área dedicada a la labor agrícola con andenería en miniatura que posiblemente permitió experimentar con diversos cultivos.

PRINCIPALES DANZAS



· Qachwa Huancavelicana.

· Qachwa de cebada Saruy de Sotopampa.

· Qachwa de Mukeq.

· Pacha achikiay Inti kanchari.

· Danza de Tijeras.

· Papa Tarpuy.

· Montonero y tropa de Caceres.

· Uywa Raymi.

·

L I T E R A T U R A

LEYENDAS

LOS HERMANOS LAIWI

Del archivo de Francisco Galindo A. Centro de Promoci6n Social Urbano Rural "Llankay". Se ha respetado la redacción original.

Recogido en la localidad de Moya. Relato de Carmela Palacios Alarco.

En tiempos muy remotos tres hermanos gigantes llamados Upa Laiwi, vinieron a un pueblo denominado Laiwi, a fundar Moya. Estos tres hermanos se encaminaron por el lado oeste de su pueblo; a1 llegar a Wacara, (morro situado en la parte elevada de Moya), divisaron el paisaje inquietante de lo que hoy en día es Moya con un valle pequeño al fondo, apropiado para formar un pueblo floreciente. Siguieron avanzando con dirección a Moya y en el corto trayecto que caminaron hasta Waripata, la mente de los hermanos se les había inundado de una serie de pensamientos codiciosos, en torno a la idea de quien se quedaría a1 centro de la población, una vez formada.

Se detuvieron en Waripata y los tres discutieron airadamente para apoderarse de la ubicación céntrica del lugar; la manzana de la discordia quedó resuelta satisfactoriamente con la aceptación de que al centro se ubicaría el que lance, con sus respectivas huaracas (hondas) a mayor distancia, las piedras que tenían a su lado.

Había tres piedras enormes, del tamaño de una casa, de pesos iguales. Cada uno cogió su correspondiente piedra y la colocó en su honda. El primero lanzó hasta "Misarumipampa" a un kil6metro antes del lugar designado, para la formación del pueblo de Moya.

El segundo lanzó hasta dos kilómetros después de Moya y cayó en "Wayllincunapampa", y el tercero lanzó hasta siete metros antes que el segundo.

Al fundar el pueblo de Moya, el segundo se ubicó a1 centro de la población, llamado "Chaupi". El tercero se ubicó en el barrio de abajo, llamado "Ollanqa" y el primero se ubicó en el barrio de arriba, llamado "Ollana". Desde entonces cada cual encabeza a 1os habitantes de su correspondiente barrio y siempre vivieron en continuas rivalidades y competencias. Estos hermanos Upa Laiwi eran de fuerzas extraordinarias; por donde caminaban, se hundía la tierra, hasta en las piedras dejaban sus rastros. Cada uno de estos hombres se alimentaba, en el desayuno, con el pan obtenido de los hornos y de dos peroles de sopa. En el almuerzo, comían tres sacos de papa sancochada, dos peroles de sopa y la "saqta", que le preparaban con dos novillos. En la comida, la cantidad de alimentos era igual a la del almuerzo.

No se sabe cuándo murieron estos tres hermanos, pero el pueblo recuerda su vivencia en esta tierra de Moya.


C U E N T O S



EL VIAJE POR EL DESEO

(Cuento presentado al I Concurso de Cetos, Poesías y Ensayos pedagógicos organizado por el Colegio de Profesores del Perú 2022),


Juan Luis Espinoza Chinchón

HUANCAVELICA


El maestro Juan tiene una historia dramática llena de aventuras que es signo de conocerlo. Empezó con mayor intensidad cuando estaba en la promoción del colegio. Su padre con voz imponente le dijo: Hijo, estudiarás en la universidad, ingeniería o derecho. Juan completamente sorprendido se quedó mudo. Te ayudaré a construir tu futuro. Juan no pudo contradecir a su padre. Si contradecía perdía todo, todo el apoyo, aunque no era mucho. Juan no dijo nada, simplemente habló desganado, sí, padre, gracias.

Antes de los preparativos de la fiesta de la promoción donde estudiaba Juan, el padre llegó con unos papeles en la mano y le dio a su hijo. Ya te inscribí. Estudiarás ingeniería civil. Juan recibió los papeles con desgano y; cogiendo todas las fuerzas de su recelo. Desde el fondo de su silencio y rompiendo la voz callada. Se enfrentó con una voz entrecortada. Papá, me vas a disculpar, pero, no puedo estudiar ingeniería civil. Decidí estudiar otra carrera. ¿Qué?, ¿qué?, ¿qué estás diciendo muchacho?, ¿o sea, pienso en tu futuro y tú lo quieres tirar al tacho. Juan se agachó y se puso a llorar. Lloras como mujer, carajo. Como esos rosquetes. Deberías alegrarte. Deberías bailar con un regocijo eterno y en la fiesta de la promoción deberías gritas a los cuatro vientos: ¡Seré ingeniero civil! Juan llorando replicó. Pero, papá, por lo que más quieras, yo no puedo estudiar lo que no quiero. No me gusta esa carrera. ¿Y qué carrera decidiste estudiar; si se puede saber?, dime, habla.

Juan presionado e incómodo, todavía con el rostro lloroso respondió.

—¡Maestro!

¿Maestro? No me hagas reír. ¿Te gusta ser maestro? Sí, padre. ¡Qué pena!, moviendo la cabeza. ¡Qué triste!, como burlándose. ¿Eliges la peor carrera? ¿Quieres ser pobre? ¡Quieres vivir mendigando! Si vas a ser maestro te vas de la casa. Así como tu madre. Ella se fue con el vecino y hoy vive en el infierno. Los maestros son los más pobres, a duras penas viven. Más que vivir sobreviven en la desgracia. Así que, si eliges la carrera de la tristeza vete de la casa y verás quien te apoye tus caprichitos de joven fracasado. El padre giró violentamente, dio con la espalda y se fue molestó. Después de entrar a su cuarto tiró la puerta como quien huye de un monstruo.

Cuando el padre desapareció, Juan se quedó congelado. Miró a todas partes de la casa y se mordió los labios. Se sentó en el piso y lloró. Entró a su humilde aposento y cogió algunos objetos, como seleccionando. Para no originar la vergüenza y evitar enfrentamientos o insultos con su padre salió sin despedirse y a escondidas. Caminó cierto trecho sin destino. Llevó en un costal libros y cuadernos. Llegó a la plaza del pueblo y allí se sentó en la banqueta, frente a la iglesia. Pidió ayuda al divino. Nada ni nadie llegó. Se acurrucó en la banqueta y nuevamente lloró. Decidió ir donde su amigo. Pidió posada. El amigo llamó a su madre y Juan le contó lo sucedido con llantos y lamentos. La madre se compadeció y le dio alojamiento en el corredor. Alojado al rincón del corredor pasó frío hambre y para sobrevivir buscó todo tipo de cachuelos: Lavó platos. Limpió carros. Ayudó a los cocineros. Fue ayudante en la panadería y en otras actividades buscó ganarse una moneda.

Llegó la fiesta de la promoción. Juan supo que no iría. Su padre lo abandonó. Salió triste a la calle y se alejó de la ciudad. Se sentó sobre una piedra. Lloró. Lloró amargamente lamentándose de su triste situación. Un día realizaré mi fiesta de promoción como quiero y bailaré como nunca, dijo en alta voz. Gritó en la noche. ¡Seré un maestro, sí, un maestro! Juan para vivir y construir sus sueños realizó dos cosas: estudiar y cachuelear. Leía en sus tiempos libres y a la vez se convertía en un muchacho de mil servicios. Juan no recibió su pergamino. Durante toda la noche no durmió. Y en todo momento quería ser un maestro. Después de una semana se realizó el examen de admisión. Juan ingresó. ¡Ves, les dije que seré maestro!, gritó al enterarse del resultado. Yo seré un maestro. Corrió alegre por la avenida principal de la ciudad. Se tiró en el centro de la plaza. Era su alegría. La población lo miró con recelo; pero, él disfrutó su ingreso con una alegría inmensa.

Juan estudió en el Instituto Superior Pedagógico Publico. Fue marginado por su pobreza; pero, él no se amilanó frente a los desprecios; se enfrentó con ingenio para estudiar y trabajar. En la casa donde se hospedó no hacía uso del agua y tampoco del fluido eléctrico. Con mucho ingenio se instaló debajo de un poste y con la ayuda del alumbrado público realizó sus estudios y tareas. Lavó su vestimenta en el río. Y durante los cinco años de estadía en el pedagógico su padre nunca lo buscó. No se preocupó y completamente en el olvido como una planta olvidada creció y creció, y poco a poco iba construyendo sus sueños. Juan sustentó su trabajo de investigación para obtener el título que lo acredita como profesor. Salió a la calle y gritó a viva voz. ¡Ahora sí, soy el maestro del Perú!

Juan se presentó al proceso de contrata. Se le adjudicó una plaza que él escogió al azar. Dejó la ciudad. Viajó con una camioneta hasta cierta distancia.

Caminó varias horas preguntando y preguntando. Cuando la oscuridad lo envolvió se acurrucó detrás de una piedra. Juan no sintió el frío ni el hambre.

Su único compañero eran los libros. Antes del crepúsculo siguió su camino por donde lo dirigieron. “Allá atrasito está el colegio, detrás de ese cerrito”. Cruzó un caudaloso río. Caminó por senderos muy sinuosos. Trepó cerros y cuando llegó al pueblo, la población lo recibió con su pobreza y su humildad. De las chozas salieron los jóvenes. Juan saludó y con amabilidad les habló en su dialecto. El colegio lo recibió. No era su local propio, sino prestado por la comunidad. A los primeros alumnos empezó a enseñarle con cariño. Al principio sintieron miedo, pero a medida que cogieron la confianza empezaron a leer. Le motivó a la lectura sin presión. Los que no quisieron leer al principio poco a poco ingresaron al mundo de la lectura. Empezó a cambiar todo el estudiantado. Juan se dedicó a tiempo completo a promover la lectura. Lo realizó incluso los sábados. Cuando salieron a la losa deportiva, el maestro les decía: primero leemos un cuento y luego jugamos. Y como las historias eran bonitas no solo estaba en el grupo los estudiantes sino la población. Los chicos descubrieron que la lectura era el secreto para realizar grandes aprendizajes.

Juan se confundía en las reuniones del pueblo y les contaba cuentos y a veces les leía. Así promovió la lectura en el colegio y en la comunidad. Los que no querían leer también empezaron a leer. Juan construyó el hábito lector con amor y cariño.

Después de sembrar la lectura en sus alumnos, Juan regresó a la ciudad completamente alegre. Buscó a su padre. Al encontrar le saludó y le habló suavemente.

—¡Padre! Gracias por la vida que me diste. No sé si soy un verdadero maestro; pero, mis sueños y mis deseos estoy construyendo poco a poco.

Gracias.

El padre se quedó mudo y...



ÚLTIMO RECUERDO

(Cuento presentado al I Concurso de Cetos, Poesías y Ensayos pedagógicos organizado por el Colegio de Profesores del Perú 2022),


José Luis Quinto Taipe

Pueblo Nuevo – Lircay - Huancavelica


Hasta quedar sin lágrimas he llorado, entre la luz matinal y la sombra del ocaso. Con tanto pesar me aprieto el pecho transparente intentando sorber el último aliento con el que trajiné por este mundo. Buscándote vida mía, entre recuerdos y tanto dolor.

Cuando amanecía el lunes dieciséis de marzo del dos mil veinte. Yo me encontraba parada en la puerta de mi escuelita querida; una de muchas escuelitas ubicada entre las cordilleras de nuestra querida Huancavelica.

Viendo con detalles el dibujo de un sol naciente en medio de un libro abierto, entre otros trazos curiosos que delinean una insignia muy bonita. Acomodando mi mochila llena de tantas ilusiones y alegrías con los que trabajaré con mis estudiantes. Me quedé ensimismada con el tiempo que se hizo eterno, recordando el primer día cuando llegué al pueblo de Corral Pampa. Inicie surcando mi camino, buscando la escuelita. A cada caminante preguntaba ¿dónde queda el pueblo de Corral Pampa?. Y todos me decían, “aquisito nomás”, ya había caminado más de dos horas y no había cuando llegar. Pero valió la pena haber trajinado tanto entre arbustos de mutuy que amarillaban agitándose ya parecían saludarme. Entre los quinales y los guindales las

pichiwcitas, zorzales y cuculíes entonaban sus canticos dándome la bienvenida mientras el ichu de las punas rociadito de rocío orillaban mi camino. Cuando llegué, los pobladores y los niños, me habían esperado, con un delicioso desayuno. Tan solo recordar se me hace agüita la boca. Yakutimpu de cedrón con su canchita tostada, y su chuñupasi con su aycha kanka, ¡añallaw!. Fue inolvidable aquel recibimiento a pesar que ya pasaron más de veinte años los llevo en la memoria. Si pues para eso me formé, para ser maestra y llegar a los pueblitos más recónditos. Lo prometí a la hora de recibir mi título profesional.

Aquellos años era muy difícil trasladarse a los centros educativos, si no era a pie, tenías que contratar un caballo o un asno, para llevar las cosas. A veces nos quedábamos semanas y hasta meses, pero así era el trabajo. Hoy en día las carreteras llegan hasta la puerta de las escuelas pues. Recordar aquellos años maravillosos es más que volver a vivir.

El tañido de la campana llamando a misa me arranca de entre mis recuerdos y me apuro para abrir el portón negro de mi escuela para que mis niños ingresen, ¡Primer día de clases, que alegría! El airecito fresco de la pachamama revitaliza mis pulmones, con ese olorcito característico de los frondosos eucaliptos, y tantas flores coloridas. Ordeno mi salón acomodando las carpetas, limpio la pizarra, repaso con la escoba el piso y por último toco la campana anunciando el primer día de clases.

Alborotados ingresan por la puerta mis apreciados estudiantes. Con sus mochilas y sus cuadernos en la mano. Les saludo cariñosamente, nos formamos en el patio para cantar el himno nacional a todo pulmón. Me siento más querida cuando recibo los presentes que me habían traído.

-¡Profesora!, mis tíos han llegado de Lima, ¡profesora!.

Muy alegre me habla Waltico.

-Profesora, dice un virus les han seguido, profesora. Otro niño se ríe al terminar de hablar.

-¡Lima tanta!, profesora, te hemos traído.

Lo recibí con mucho agrado y entre todos compartimos los panes y dulces.

Cuando terminé la clase nos despedimos hasta el día de mañana. Arreglé mis cosas y ordené el salón, cerré la escuelita y me dispuse a esperar el auto que me devolvería a la ciudad. Extrañamente nunca se apareció. Con espanto pude ver a tantas personas ingresar al pueblo, como un éxodo bíblico.

Pregunté a una madre de familia.

- ¿Por qué tanta gente está llegando al pueblo, mamita?

-Están volviendo de Lima, profesora, por el virus, a pie han venido.

Sentí recorrer un escalofrío por todo mi cuerpo. Había escuchado de una pandemia en la lejana China, pero aquí en el Perú, no y menos en Huancavelica. Revisé mi celular y tenía tantísimos mensajes, llamadas perdidas que no pude contestar por la falta de cobertura en estos lugares. Mi desesperación fue mayor, intenté comunicarme con alguien, pero fracasé.

Mientras transcurría la tarde, la gente seguía llegando y no se aparecía ningún carro. Cuando llego la noche y no había forma de como volver y comunicarme con mis familiares de la ciudad, volví a mi escuelita. Pude pedir posada en el pueblo, pero tuve miedo por la llegada de tanta gente. Resignándome a pasar la noche en mi salón, entre las carpetas y las sillas de madera. Se me hizo difícil pensar que dormiría envuelta de cartulinas y papelotes. Repentinamente

alguien tocó a la puerta.

-¡Profesora Ofelia!, ¡Profesora Ofelia!. Decía sin dejar de tocar la puerta. Salí a abrir.

-¡Profesora!, ¡vamos a mi casa!, ¿cómo vas a dormir en el salón?. Era la voz de Amelia, una de mis madres de familia.

-¡Gracias Amelia!, ahorita saco mi maleta.

-Profesora, dicen que nadie pues puede viajar, todo está completamente paralizado.

No atiné a responder nada. Mientras Amelia, seguía hablando animosa.

- Todos mis paisanos que se habían vuelto limeñitos, ahora se regresaron de miedo nomas, jajay.

Yo seguía procesando en silencio todo lo que me decía Amelia. No podía hablar, quizá por la pena o el presentimiento que sentía dentro de mí. Amelia, muy amablemente me preparo un lonchecito calientito, con su chuñito rebosado con huevo. Comimos en silencio y me ofreció un rinconcito con pellejos para acostarme, junto a su pequeño que ya dormía. Era mejor dormir abrigada, que haber pasado la noche entre los papelotes y cartulinas en el salón. Antes de cerrar los ojos, mi pensamiento me atormentaba con tantas ideas absurdas. Pero también me hacía recordar cómo fue cuando abrace esta maravillosa carrera de la docencia. Recuerdo que mi padre se opuso totalmente. Él decía que su apreciada hija, “no podía ser profesora” porque sufriría mucho, es duro la vida de un maestro. Pero mi madres contraponiéndose, decía que mi hija es fuerte e inteligente, será la mejor maestra del Perú, y ella siempre soñó tener una hija profesora. Entre esos desvaríos, hice feliz a mi madre cumpliendo mi meta de ser maestra. Mi padre después me comprendió, pero nunca dejo de darme los mejores consejos y prevenirme de tantos peligros a los que yo estaba expuesta. Si, mi padre fue quien sufrió más. Cuando me quedaba atrapada entre los militares y senderistas, salvándome de morir muchas veces. De repente aparecí caminando entre mis familiares vestida de blanco, nuevamente me estaba casando, pero no podía ver el rostro de mi marido, tampoco podía ver el rostro de mis hijos. El sacerdote nos casó y yo solita me fui en un tren de color marrón, estaba triste toda mi familia al despedirse, casi llorando les gritaba ¡No me dejen!… y me desperté, me había quedado dormida. Desde ese momento no conseguí dormir, en mi cabeza estaba esas imágenes del sueño perturbador.

Cuando por fin amaneció, pregunte a Amelia la forma de cómo hacer una llamada a la ciudad. Ella muy alegre me respondió.

- No te preocupes profesora, allá al cerro Amaru Saywa llega señal- Sus palabras me transmitieron algo de tranquilidad. Me condujo al lugar. Teníamos que caminar unos treinta minutos, subimos la cuesta empinada y por fin llegamos a la cima. Allí mi celular casi revienta por los mensajes que no dejaba de llegar. Marqué al número de mi esposo, no entraba la llamada. Marque a uno de mis hijos, tampoco. Intente una y otra vez. Por fin me contestó.

–¡Mamá, te queremos mucho!, ¡siempre te amaremos! Escuche clarito la voz de mi hijo Luchito. Luego se cortó la llamada tras irse la señal. -Profesora, cuando se nubla el cielo no hay señal. Amelia intentaba justificar la repentina caída de la señal celular.

Mientras yo seguía intentando buscar la señal, “maldito celular, justo ahora no funciona” Me decía. Por última vez intente marcar al número de mi esposo.

-¡Aló!, ¡Fortu!.

-¡Alóoo!, gracias por su llamada, es difícil aceptar su partida, mañana será su entierro. Una voz quebrada me hablo del otro lado y se cortó la llamada.

-¡Aló!, ¡Fortunato!, ¿Qué es esto?, ¿Una broma o qué?, ¡Aló!. Conteste encolerizada. Repentinamente todo mi entorno se volvió blanco y mágicamente apareció una cabeza de llama en cuerpo de serpiente (Amaru). Invitándome a subir a su lomo. Yo me asusté de sobremanera, pensé que era una pesadilla o algo así. Pero sin darme cuenta ya estaba en el lomo de aquel ser mágico.

Repentinamente aparecí junto a mis familiares vestidos de negro caminando a paso fúnebre y más allá cuatro hombres camuflados de traje blanco cargaban mi cuerpo en un ataúd envuelto en capsula. Se dirigían lentamente a un descampado para enterrarme. Entre mi último recuerdo escuche una melodía al son de la orquesta, “Quisiera estar presente el día de mi entierro, para ver si entre la gente están los que yo más quiero… hay la vida, se me está yendo la vida como se va mi suerte…”

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