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Foto del escritorColegio de Profesores del Perú

JUNÍN

Actualizado: 4 ene 2023



CREACIÓN

El 13 de septiembre de 1825, Simón Bolívar expidió un decreto creando lo que hoy es el Departamento de Junín, para conmemorar su victoria en las Pampas de Junín (Batalla de Junín), enfrentamiento que es reconocido como el último exclusivo de carga de caballería en el mundo occidental donde no fue disparado ningún balazo


PROVINCIAS


·

EDUCACIÓN

Como parte de la infraestructura educativa se cuenta con lo siguiente:

· Colegios públicos y privados:

· Total: 3.113;

· Educación inicial: 712;

· Educación primaria: 1.941;

· Educación secundaria: 460;

· Universidades:

PRINCIPALES LUGARES TURÍSTICOS

  • Reserva Nacional de Junín: La reserva nacional de Junín se estableció el 07 de agosto de 1974, formando parte de Áreas Naturales Protegidas del Estado. Está ubicada en la pampa de Junín o meseta del Bombón sobre los 4,000 msnm y tiene una extensión de 53,000 hectáreas. Esta reserva tiene como objetivo proteger la flora y fauna silvestre. A su vez, busca el bienestar de la población conservando los recursos naturales.

  • Concepción: Es un poblado típico del valle del Mantaro muy apacible y pintoresco. Asimismo, se caracteriza por su arquitectura colonial conservada hasta el día de hoy.

  • Ingenio: Cuenta con criaderos y pisciculturas, además también hay restaurantes donde se puede degustar al aire libre la trucha.

  • Parque de la identidad

  • La gruta/cueva de Huagapo: Se encuentra a 25 km. de Tarma. Posee una abertura de más de 30 m. de altura y un río de aguas heladas. En su interior se puede apreciar pinturas rupestres con escenas de caza de animales

  • Laguna de Paca: Se encuentra en Jauja. De aguas azules cristalinas y en su interior se pueden apreciar las islas flotantes.


  • San Pedro de Cajas Tarma: Los tapices de San Pedro de Cajas se caracterizan por ser reconocidos por cada viajero que llegue a Tarma. Estos tapices son tejidos con figuras geométricas y una gran diversidad de colores. Se utilizan para la confección de estos tintes la cochinilla y técnicas especiales para la elaboración de estos telares.

  • La laguna de Ñahuinpuquio

  • Santuario del Señor de Muruhuay en Tarma: Ubicado a 10 km de Tarma, en el pequeño pueblo de Acobamba, bajo el cerro Shalacoto. El señor de Muruhuay apareció grabado en una roca a comienzos del siglo XIX.

PRINCIPALES DANZAS


· ANTI.

· AUQUINES DE MATAHUASI.

· ARRASANDO RIVALES - MULIZA.

· ASHANINCA.

· AVELINOS.

· CARNAVAL MARQUEÑO.

· CHAKU DE VICUÑAS.

· CHINCHILPOS Y GAMONALES

L I T E R A T U R A

LEYENDAS

Origen de Huancayo

Leyenda recogida en Chupaca, Departamento de Junín, Perú. Informante Leopoldo Vidal.

Hace ya mucho tiempo, todo el Valle del Mantaro era una inmensa laguna. Desde Jauja y Concepción, hasta el sur llegando a Sapallanga y Pucara, todos esos lugares estaban bajo el agua. Los pobladores del valle en aquel entonces tenían sus casas en las alturas de los cerros, incluso hasta ahora podemos ver vestigios de sus construcciones.

En el centro de la gran laguna se podía observar desde las alturas un enorme peñón oscuro que salía de las aguas cada mañana. Esta gran peña se llamaba Huanca y estaba donde hoy esta la Plaza Huamanmarca, junto a la Municipalidad de Huancayo. Paso el tiempo y la laguna se iba llenando y llenando con las aguas de las lluvias (recordemos que en esta parte de la sierra las precipitaciones son altas).

Una vez, cuando los pobladores estaban en sus labores del campo, porque ellos siempre se dedicaron a la agricultura; se escuchó un enorme estruendo en una de las quebradas y tras el sonido pudieron ver que las aguas de la laguna iban disminuyendo rápidamente. Sucedió que la quebrada de Chupuro se había roto y por allí desaguaba la laguna.

Pasaron pocas semanas y el valle se fue quedando seco, para acortar distancias entre los pueblos, los pobladores tuvieron que bajar hacia las partes planas; siendo allí en donde lograron hacer nuevas construcciones para poder habitarlas. Pero la laguna no vació del todo. En Jauja quedó la Laguna de Paca y Chocón; la de Ñahuinpuquio en Ahuac y la de Llulluchas en Huayucachi.

Existen muchas lagunas en el Valle del Mantaro, posiblemente parte del agua que desaguó de la gran laguna, hayan quedado dispersas por todo el valle. Ahora la Laguna de Paca es una de las más reconocidas y visitadas por los foráneos.

Paca y Ñahuinpuquio, lagunas de leyenda

Recopilada por Lizzet Paz

Las lagunas de Paca y Ñahuimpuquio no solo atraen por su belleza y las especies que habitan en ellas, también son atractivas por las viejas leyendas que los antiguos wancas contaban a sus hijos para explicar su origen.

La geografía sitúa a la laguna de Paca a 3.5 kilómetros al norte de la provincia de Jauja, está ubicada a 3 418 m.s.n.m., tiene un espejo de agua de 21.40 kilómetros cuadrados y la capacidad de 85.50 mil metros cúbicos, extendiéndose por los distritos de Paca, Chunán y Pancán.

Según la leyenda, Dios adoptó la forma de un anciano pordiosero y bajó a la antigua ciudad de Jauja para comprobar las malas acciones de la gente.

Cuando Dios llegó al pueblo nadie se apiadó de él, solo una mujer que le dio de comer y lo albergó en su humilde casa. Dios agradecido, le pidió que vaya a caminar hacia el cerro más alto y que no volviera la vista a pesar de lo que oiga, si lo hiciese algo malo le sucedería.

La mujer obedeció, pero al escuchar los gritos desesperados de la gente ella volteó a mirar lo que sucedía, convirtiéndose inmediatamente en piedra.

Jauja quedó inundada por castigo de Dios, quien desde el cielo hacía caer gran cantidad de agua desde una tina de oro, dejando a la ciudad sumergida en un lago encantado, el mismo que albergaría una ciudad de oro y sirenas que cantan en las noches de luna llena.

La laguna de Paca, según la tradición, tendría una conexión con la laguna de Ñahuimpuquio, ubicada en el distrito de Ahuac, a 5 kilómetros de Chupaca y a una altitud de 3 430 m.s.n.m. Ñahuimpuquio que significa “ojo de agua” es de aguas frías y tranquilas, de color azul verdoso debido a la cantidad de algas que hay en su interior.

Esta laguna a diferencia de la laguna de Paca, no esconde una ciudad, sino los tesoros de los antiguos jefes de Chupaca, quienes alertados por la invasión española decidieron entregar al lago todos sus tesoros, entre ellos una campana de oro y dos de cobre, las que todavía se oyen cuando el agua las golpea.

Los pobladores dicen que estas lagunas se comunican de forma subterránea pues muchas veces, sobre todo durante la luna llena se oyen los cantos de las sirenas de Paca acompañadas de las melodías de las campanas de Ñahuimpuquio.


C U E N T O S


Polvo en el viento

(Cuento presentado al I Concurso de Cuentos, Poesías y Ensayos pedagógicos organizado por el Colegio de Profesores del Perú 2022)

Jaime Quispe Palomino

El Tambo, Huancayo, Perú


—¡Don Vicente! ¡Don Vicente! —gritó mama Jushta, una anciana de 75 años de edad, con su típica voz de pito que inmediatamente el pueblo se daba cuenta que ella era.

—¡Imata! (Qué pasa)! —respondió don Vicente— ¡Tú siempre escandalosa mama Jushta! ¡Eres una chillona! ¿Cuándo cambiarás? —recriminó don Vicente.

—¡No te reniegues pues, tayta si quieres vivir más! —respondió suplicante mama Jushta.

—¡Qué pasó! —preguntó don Vicente, uno de tantos hacendados del pueblo.

— El “chapitas” ha muerto—expresó lúgubremente mama Jushta.

Ese momento, don Vicente dominó su ira, se hizo un nudo en la garganta, languideció en el silencio, se puso pálido y todo su cuerpo cayó sobre en el suelo de la sorpresa y la tristeza.

El “Chapitas” era el sobrenombre de un muchacho muy pobre llamado Julio Osorio, de 28 años de edad. Tenía las mejillas quemadas por las inclemencias del sol, el frío y el viento. Se había vuelto alcohólico por el amor de Yelitza que no fue correspondido.

Yelitza era una chica simpática, de piel blanca, ojos pardos y cabellos castaños que ante los rayos del sol brillaban como hilos de oro. Tenía casi la misma edad del “Chapitas”. Ambos estudiaron en la única escuela que había en el lugar.

El “Chapitas” era hijo de una madre soltera que trabajaba en la hacienda Yanamarca. En su juventud, ella fue abusada por uno de sus patrones que nunca denunció por miedo a perder el trabajo. Esa valiente mujer decidió sacar adelante a su hijo mandando a estudiar a la escuela; fue precisamente allí donde conoció a Yelitza que con una simple mirada empezó a echar la semilla de amor.

Yelitza era una de las hijas de un hacendado que tenía regado mujeres por todo el valle de Yanamarca. Por suerte, ella si fue reconocida legalmente por su padre con quien tuvo vinculo indirecto. Se sentía orgullosa de ser hija de un hacendado y de tener hermanastras en todo lugar. Terminada la secundaria,

Yelitza fue con su madre a la capital para emprender un negocio que consistía en la venta de quinua, habas y talwi, que su padre les había encomendado. Después de un momento de turbación en el que don Vicente y doña Justa dejaron morir el orgullo, hicieron resurgir sus voces.

—¡Carajo! —gritó don Vicente— ¿Cómo murió? —fue lo primero que se le ocurrió decir.

—No se sabe —respondió doña Justa.

—Pero alguien debe saber pues —reclamó impaciente don Vicente.

—Su cadáver fue encontrado en la hoyada —doña Justa, señaló el lugar.

—¿Quién lo encontró? —preguntó desesperado don Vicente—. ¿Fuiste tú?

—señaló a doña Justa.

—No —respondió mama Jushta.

Don Vicente estaba desesperado. Él mismo se dio cuenta de su enojo y supo calmar su propia ira.

—Perdón … —dijo y siguió preguntando—. Dime, ¿quién lo encontró? —preguntó, esta vez, más calmado.

—Herlinda —respondió doña Jushta—. Hoy por la mañana, cuando iba a trabajar a su chacra, vio su cuerpo tirado en el barranco. Ella pasó de largo pensando que solamente estaba dormido, pero a su vuelta, cerca de las cuatro de la tarde, escuchó aullar al perro que siempre acompañaba al “Chapitas”. El perro daba vueltas en torno al cadáver como si quisiera despertarlo, jalándolo de un lado del pantalón —explicó—. Nuestro “Chapitas” nunca más despertó —se echó a llorar.

Don Vicente, habiendo escuchado a mama Jushta, no se contuvo y de macho también se puso a llorar.

—El “Chapitas” era un buen muchacho, bien respetuoso, pero, lamentablemente se dejó llevar por el alcohol.

—¡Yelitza tiene la culpa! —pronunció rabiosa mama Jushta.

—No es hora de buscar culpables Jushta —dijo gimoteando mientras se secaba las lágrimas con el pañuelo arrugado que tenía guardado en el bolsillo.

—Está bien —dijo doña Justa, con voz entrecortada.

— Ahora tenemos que velar a nuestro amigo “Chapitas” que ya descansa en paz —dijo abstraído por la pena de haber perdido un ser humano, conocido por todo el pueblo.

—Dónde está su cadáver —volvió a preguntar don Vicente.

—En la casa de su hermana Tania —respondió—. Allí lo están velando.

Don Vicente fue de prisa a casa de Tania, la hermana del “Chapitas”. De lejos vio que la puerta estaba abierta de par en par y a la gente entrar y salir. Era una casa de material rústico con techo de calamina, en estado de oxidación.

Empujó la puerta de calamina que estaba a las justas que al chocar con la pared sonó fuerte como si fuera a destrozarse, entró en la casa rápidamente y de inmediato chocó cara a cara con Tania, que acababa de salir de la cocina.

—Buenas tardes don Vicente — Tania saludó atribulada.

— Tania, mis condolencias por la muerte de tu hermano —se acercó a dar el pésame.

—Gracias —y se echó a llorar amargamente en el hombro de don Vicente.

—¿Por qué? ¿Por qué a mi hermano? Si él era tan bueno —gimoteaba.

—Cálmate Tania —consoló don Vicente.

Al rincón del pequeño solar que tenía la casa, era las seis y media de la tarde, la madre del “Chapitas”, de ochenta y cinco años de edad, estaba sentada en un banquito de madera, cubierta por un manto negro, de la cabeza a los pies.

Tenía el alma silenciada y la mirada perdida en el horizonte, desconectada de la realidad, por querer entrar en el lugar donde a su hijo le tocaba descansar.

Instantes después, don Vicente dijo:

—Quiero ver a mi amigo” chapitas”

E inmediatamente Tanía le condujo a un humilde cuarto donde estaba el cuerpo inerte.

—Por aquí, por favor, don Vicente —señaló el camino.

Caminó unos pasos y entró en la habitación.

Al entrar, vio el cuerpo del “Chapitas” que estaba sobre la cama. Tenía la cara de ángel, pues su rostro irradiaba paz.

—“Chapitas”, amigo mío, cuanto siento tu partida —gimoteaba viendo su rostro.

Se acercó para tomar sus manos y en seguida el perro salió rápidamente debajo de la cama para proteger a su dueño hasta de muerto.

—¡Pulgoso! —gritó instintivamente don Vicente.

Sin hacer caso alguno, pulgoso siguió ladrando hasta alejarlo de su dueño.

—¡Fuera perro liso! —gritaba y se defendía con el sombrero que llevaba puesto en la cabeza que, de todas maneras, le arrancó un trozo del fino pantalón.

—Hace poco que me compré este pantalón y ya lo arruinaste perro sinvergüenza —don Vicente refunfuñó.

En seguida, el perro fue amansado por la mamá del “Chapitas” que a hurtadillas se colocó a su lado, con el rabo entre las piernas, pero sin perder la mirada en su dueño.

—Disculpa don Vicente —le suplicó Tania—. Era su mejor amigo, era su guardián —justificaba al perro sin dejar de llorar.

—Mira lo que ha hecho mi pantalón —don Vicente mostraba disgustado las hilachas del botapié de su fino pantalón.

Olvidando inmediatamente lo que había hecho el perro con su pantalón, don Vicente se acercó otra vez.

Alrededor de la pequeña habitación, velaban el cuerpo del “Chapitas” algunos ancianos y ancianas del pueblo que al ver que el perro jaloneaba el botapié del pantalón de don Vicente se carcajearon en silencio, tapándose la boca, cuidando que don Vicente no los viera, por temor a no ser reprendidos severamente, como siempre lo hacía.

En ese pequeño grupo que ya estaban velando los restos mortales del “Chapitas” había personas venidas de pueblos cercanos. Desde hace ratos que habían empezado a chacchapar la coca con llipta. No conocían a don Vicente:

—Quién es ese señor —Anselmo preguntó.

—Es don Vicente —Desiderio respondió.

—Dónde vive.

—De aquí a cuatro cuadras.

—Qué hace aquí en Yanamarca, vestido tan elegantemente.

—Es un hacendado que llega a este pueblo en tiempo de siembra y cosecha; después se va a Lima con su familia y desde allí administra sus negocios.

—Qué tal es como persona —Anselmo siguió preguntando.

—Él es dueño de casi la mitad de los terrenos de este pueblo y nosotros trabajamos para él —siguió comentando Anselmo.

Cerca de las nueve de la noche, la población entera se congregó para el velorio. La casa humilde de Tania estaba totalmente llena.

En la cocina había un grupo de diez personas que preparaban la cena para servir, a las diez de la noche, a todas las personas que se congregaban a acompañar en el velorio del “Chapitas” que, a pesar de ser alcohólico, su humildad y respeto le había merecido el aprecio de la población entera, de pobres y ricos, profesionales e ignorantes, buenos y malos.

Cerca de las nueve de la noche, se apersonó al lugar el alcalde de la municipalidad distrital de Acolla; junto a él estaba el alcalde del centro poblado y el presidente de la comunidad campesina de Yanamarca, cada uno acompañado por su directiva respectiva.

—Mis sentidas condolencias —dijo el alcalde, saludando a la mamá del “Chapitas”.

—Gracias señor —dijo la afligida madre.

—Yo soy el alcalde del distrito —se presentó—. Me acompañan las demás autoridades —les presentó.

—Ayá —se limitó en responder.

—Sabemos que eres pobre y no tienes los recursos suficientes para sepultar a tu hijo —dijo—. Nosotros te vamos a apoyar —le gritaba al oído porque era parcialmente sorda.

El alcalde y el presidente del centro poblado de Yanamarca, vecino de la anciana, también se acercaron para transmitirle las palabras en quechua que era su lengua materna y bien podía entender.

—Sulpay tayta (muchas gracias, señor) —respondía la anciana.

Continuaba el alcalde:

—La funeraria está afuera con el cajón —indicaba con la mano— ¿nos permites colocar los restos mortales de tu hijo en ese cajón para que sea sepultado dignamente?

—Gracias, señor —supo responder. Con su bastón la anciana indicó a que pasaran al lugar donde estaba el cadáver.

—Con tu permiso, este momento entrarán a vestir, embalsamar y colocar en el cajón a nuestro recordado “Chapitas” —pidió autorización a la madre.

—Adelante, Señor —respondió.

—Gracias mamita —correspondió cariñosamente el alcalde.

n seguida entró el personal de la funeraria para realizar todo lo que correspondía; incluida la instalación de una capilla ardiente. El alcalde y el presidente del centro poblado se encargaron de la excavación del sepulcro y la alimentación de los invitados por los tres días de vigilia.

Además de Tania, el “Chapitas” tenía otros cuatro hermanos. La mayoría de ellos, de la misma condición económica.

Mientras conversaban, de un momento a otro, el personal de la funeraria salió corriendo de la habitación donde estaba el cadáver.

—¡Qué pasó! —gritó un hombre que los vio salir rápidamente.

Ninguno de los caballeros respondía, solo corrían.

Hasta que al final salió el perro ladrando rabiosamente. Pues, tampoco a ellos les permitía tocar a su dueño.

—¡Fuera pulgoso! —gritó el hermano mayor del “Chapitas”, sentado entre la gente, que sacó del lugar a palos; aun así, el perro se resistía alejarse de su dueño.

Regresó la calma en el lugar y don Vicente aprovechó en agradecer discursivamente, como él sabía hacer, a las autoridades que estaban colaborando.

Cerca de las diez y media de la noche, empezaron a servir la cena. Todos comían; pues al lugar se habían congregado niños, jóvenes, adultos y tercera edad.

Terminada la cena, los familiares y vecinos repartían el calientito para aliviar el frío del nocturno otoño.

—Sírvete una copita tío —decían a cada persona que, en menos de dos horas, la mayoría estaba embriagada.

Junto al calientito se compartió la hoja de coca y la llipta. Todo ello se hacía en nombre del difunto que estaba rodeado de una cantidad velas que si se le tuviera que cuidar del frío seguro que él no sentía.

Alrededor del cajón había algunas ofrendas florales que hicieron llegar los familiares más cercanos y amigos. Estaban juntadas una a lado de otro, hasta que, de pronto, empezaron a caer las ofrendas como el efecto dominó.

—¡Cuidado! —gritó nerviosa doña Herlinda.

No terminaba de gritar, cuando uno de los amigos de la botella del “Chapitas” se percató que también el cajón empezaba a inclinarse hasta caer al suelo y terminar con la mitad del cuerpo fuera del cajón.

Otra vez, la gente salió espantada del lugar.

Los valientes que se quedaron comentaron:

—El “Chapitas” no se quiere ir —decían entre broma y broma.

—Su alma del “Chapitas” está bromeando —decía otro.

—Él siempre fue ocurrente —recordaban en su honor.

—Hasta de muerto el “Chapitas” se cae —bromeaban.

Acomodaron el cuerpo del “Chapitas” para continuar con el velorio.

A partir de aquel momento, empezaron a contar chistes, ocurrencias y anécdotas del “Chapitas” por no quedarse dormidos ya que el frío de las altas horas de la noche arreciaba con todo.

Eran muchas las anécdotas que contaron del “Chapitas”. Por ejemplo, contaban que un día suplantó al alcalde del centro poblado de Yanamarca en una reunión de autoridades; pues se dieron cuenta que no era y tuvo que ser echado fuera de la reunión, haciendo constar un acta donde decía que si continuaba incurriendo en esa falta se le mandaría al calabozo por varios días.

Llegado el día del entierro, los familiares se vistieron de luto y el pueblo entero se congregó en el cementerio.

Llevaron procesionalmente el cajón al cementerio y el en tramo final quisieron cargar también los amigos unidos por la botella. Se les concedió el deseo y muy cerca de la puerta del cementerio uno de ellos tropezó y el cajón se vino abajo, pero, esta vez, el “Chapitas” se salvó de una caída aparatosa.

El cura vestido de sotana esperaba, cerca del sepulcro, para hacer el responso del último adiós; en efecto, a la llegada del cajón, empezó con la oración de bendición hasta que repentinamente se apareció el pulgoso y se abalanzó a la sotana del cura sin querer soltar la tela hasta tumbarlo accidentalmente en el suelo; el cura, después de reprender al perro, se recompuso y continuó el accidentado acto religioso.

Aquel día, todo el pueblo estuvo en el cementerio para despedir al recordado “Chapitas”. Todos derramaron lágrimas.

En el último discurso, Tania, una de las hermanas, agradeció a todos los que colaboraron. Se sintieron fortalecidas porque en ningún momento se sintieron abandonados:

—Gracias a todos, a las autoridades, a mi familia, a los amigos de mi hermano, a la población en general, porque nunca nos dejaron solos. Mi hermano debe estar contento saber que lo querían y por todo lo que nos han ayudado.

Muchas gracias.

Aquel día se apareció sorpresivamente Yelitza, la chica de quien el “Chapitas” se había enamorado perdidamente, puso dentro del cajón una hermosa flor y pronunció las siguientes palabras:

—¡Perdóname Julio! Yo también estaba enamorado de ti, pero mi orgullosa condición económica no me permitió corresponder tu acaudalado amor; por eso, hasta hora sigo soltera porque mi corazón sigue latiendo por ti y te amaré por siempre —expresó.

Yelitza, la chica linda y adinerada, lloró desconsoladamente porque lo amaba con el corazón; sólo que por ser pobre no aceptó al “Chapitas”. Terminó diciendo:

—Ahora cuidaré de ti y como expresión de mi amor nunca faltarán flores en tu tumba porque yo me encargaré de ponerlas —lloró desconsoladamente y con ella todo el pueblo se puso a llorar.

En seguida, se dio paso a la sepultura y, cerca de las cuatro de la tarde, el polvo en el viento, del atardecer de otoño, susurraba al oído de cada uno de los asistentes palabras de agradecimiento como si fuera el mismo “Chapitas”.

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